NARRADOR: La noche cae sobre el campo devastado por la guerra. Un soldado herido está sentado entre los escombros de una batalla perdida. En la colina, a la derecha, los cadáveres son testigos silenciosos de la sangrienta destrucción. En realidad, el montículo de desechos sobre el cual está sentado el soldado deja ver un cuerpo semienterrado—justo bajo él, podemos ver la cabeza... luego los brazos extendidos... y a la derecha las rodillas, justo detrás de él. Solo él ha sobrevivido el horror, y ahora, ajeno de todo, se inclina sobre su pala, perdido en la resignación y el desespero. Mientras algunas nubes sombrías se reúnen sobre él, el brillo rosado de la puesta del sol ilumina la silueta de una cruz solitaria, que marca la tumba de un camarada caído. El ambiente es reforzado por las antorchas semiapagadas a cada lado del marco dorado original. El soldado en el campo de Waterloo, realizado por el pintor militar francés Horace Vernet, se refiere a la devastación y a lo inútil de la guerra. El artista incluyó una gran cantidad de recursos —característicos de la pintura de paisaje romántico del siglo XIX— para crear una atmósfera meditativa y melancólica. Entre estos se encuentra la figura solitaria, perfilada contra un amenazante cielo que parece hacer eco a la carga de sus pensamientos. La batalla de Waterloo, que lleva el nombre de un pequeño pueblo justo al sur de Bruselas, fue peleada en un solo día de 1815. Fue la última batalla de las guerras napoleónicas. Bajo el mando del Duque de Wellington, los soldados británicos, prusianos y holandeses derrotaron rápidamente al emperador francés... pero el costo de la guerra fue asombroso. Sólo las muertes francesas sumaron casi 37.000. La desastrosa derrota de Napoleón en Waterloo marcó el final de su último intento de hacerse con el poder —los denominados “100 días”— y el último capítulo de su notable carrera que había transformado a Europa. Exiliado en Santa Helena, una isla al sur del Atlántico, murió apenas seis años después, a la edad de 52 años.